Muere a los 99 años el científico valenciano, presidente de la Fundación Rei Jaume I de ciencia e innovación y del Consell Valencià de Cultura
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Si esto fuese verdad, Santiago Grisolía (Valencia, 1923) es esa fotografía que le hizo Vicent Bosch allá por 2013. A Santiago Grisolía siempre se le ha conocido en Valencia como «profesor Grisolía», así en genérico. Porque cómo definir si no a ese hombre que con 90 años, ante la cámara de Bosch, se ponía de repente a hacer gimnasia en las escaleras de la sede de su querida Fundación Premios Rei Jaume I. Es decir, a quedar suspendido en el aire con la fuerza de sus brazos. Incombustible. Profesor. Marqués. Amigo del Rey Juan Carlos. Incontestable. Indiscutible.
Grisolía ha fallecido esta madrugada habiendo logrado algo prácticamente inédito en Valencia. Tal es el respeto que generaba a su alrededor, que ahí permaneció, en su sitio, viendo los gobiernos de unos y otros pasar. Incluso la vorágine y el cambio político -y a todos los niveles- que trajo la cita electoral de 2015 en la Comunidad Valenciana a él no le afectó. Era como ese tótem que, pese a su aspecto frágil, simbolizaba el respeto por la ciencia más allá de batallas y colores partidistas. Y ahí se mantuvo como presidente del Consell Valencià de Cultura hasta el final.
De hecho, el legado de Grisolía son precisamente unos premios, los Rei Jaume I, que él impulsó y que él ayudó de manera definitiva a consolidar. Quién si no él podía lograr reunir en Valencia a cerca de una veintena de premios Nobel. Fueron sus contactos los que lo hicieron posible, pues hay que recordar que en la biografía del profesor Grisolía figura el haber trabajado a las órdenes de Severo Ochoa en la Universidad de Nueva York. Año tras año han sido la cabeza visible de los jurados de los galardones concebidos para reconocer la mejor ciencia hecha en España. De ahí que, en el fondo, Grisolía siempre mirase con un poco de envidia sana los Premios Princesa de Asturias (él fue reconocido con el Príncipe de Asturias), mucho más famosos que los valencianos y con algún que otro guiño al espectáculo mediático.
Pero los Premios Rei Jaume I siempre han contado también con el apoyo de la Casa Real. No en vano, Grisolía siempre ha reconocido su amistad con el Rey Emérito Juan Carlos, quien no dudó en dejar abierta para el valenciano otra de las puertas de la historia. Porque Grisolía hizo historia cuando la ciencia entró en la heráldica. Su amigo el Rey le concedió el marquesado Grisolía en 2014, oportunidad que aprovechó el profesor para diseñar un escudo de armas con motivos científicos.
«Como soy un hombre pacífico, no iba a poner armas ni leones», se justificaba sin rodeos Grisolía en una entrevista en EL MUNDO. Explicaba entonces orgulloso cómo había pensado en incorporar al escudo nada más y nada menos que cristales de enzimas y la fórmula del acetil glutámico. Él mismo se hacía un guiño a sus hallazgos científicos de juventud.
Pero si algo le alegraba era la ilusión que el título nobiliario le iba a hacer a su esposa, la investigadora Frances Thompson: «Como es americana de nacimiento, está muy contenta de ser marquesa», bromeaba. Ambos se conocieron en el laboratorio de Kansas City donde trabajaban. Ya no se separaron y su amor duró hasta el final. Hasta tal punto que la muerte de Thompson en 2017 dejó a Grisolía muy afectado.
Quienes le conocen saben que la tristeza le consumió desde entonces. Un duro golpe que al profesor le costó superar. Aun así, su imagen ha sido icono de los Premios Rei Jaume I durante tres décadas. Y, aunque en las últimas ediciones prefirió guardar silencio en el acto de entrega en la Lonja, no faltaban nunca los aplausos para su figura. Como tampoco faltarán en los siguientes Premios Rei Jaume I. Su legado.
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