Acompañado de Nathy Peluso, Niño de Elche, Antonio Carmona o Kiko Veneno, C. Tangana aseguró que «probablemente estemos en el concierto más importante de mi puta vida»
Anoche, ante 15.000 personas que llenaron el WiZink Center de Madrid y en el concierto que el protagonista calificó como “el más importante de mi puta vida”, el exrapero culminó el plan de conquista del cetro del pop español. Un plan que seguramente comenzó en aquella ya legendaria reunión de 2018 propiciada por el festival Primavera Sound y que enfrentó a C. Tangana con un compañero de generación, el granadino Yung Beef. “Para combatir al sistema hay que luchar con sus mismas armas, hermano”, repetía Tangana en aquel debate sobre el futuro de la escena urbana española. El concierto de ayer resultó la constatación de aquel planteamiento. Las cosas casi nunca salen como se imagina uno, salvo que seas C. Tangana.
Cuando interpretó Un veneno, la penúltima canción que sonó en el concierto, debió de sentir Antón Álvarez (alias Pucho o El Madrileño o C. Tangana) una satisfacción tremenda. En ese tema, compuesto en 2018 (o sea, hace más de tres años), el músico madrileño ya señalaba el desenlace de este camino: “Puchito, ¿cuál es la maña? Sin cantar ni afinar para que me escuche toda España”. Porque como se vio en un recital de dos horas, Tangana es un tipo que ha hecho del pragmatismo la palanca impulsora de su arte.
Consciente de su debilidad como intérprete se ha inventado algo que no tiene nada que ver con el concierto de pop al que estamos acostumbrados. Un espectáculo a medio camino entre la coralidad del Circo del Sol y la festividad de un musical basado en las canciones de Radiolé, pero con gafas de Gucci. Un sarao magnético, divertido y vibrante.
Tangana ejerció durante toda la noche de generoso anfitrión, dejando a sus invitados espacio, a sabiendas de que ellos sí que cantan, tocan y afinan. Pero sin la hospitalidad del dueño de la casa aquello no funcionaría. Vestido elegantemente con un traje oscuro, pañuelo de seda y gafas negras, Pucho se manejó con galantería y chulería. En el salón de su club colocó siete mesas, con lámparas de luces delicadas. Sobre ellas, botellas de cava, anís, ron… Y un camarero que iba llenando los vasos de unos comensales que tendrían su protagonismo durante la velada: La Húngara, El Niño del Elche, El Bola, la familia Carmona… A un lado del escenario se situaron los instrumentos de cuerda (violines, violas…); al otro los de viento (trompetas, trombones…).
Algo más esquinada, la batería. Los guitarristas (tanto la española como la eléctrica) también sentados en las mesas. Unos 20 músicos. Que no se diga que se repara en gastos. Por encima de todos colgaba una enorme pantalla para exhibir cada detalle del recital. Todo tiene un aire cinematográfico, de película de cine negro.
Y comienza un concierto que apenas da tregua. El repertorio está tan lleno de pelotazos que parece un grandes éxitos de un artista con 30 años de carrera. Resulta sorprendente que el disco sobre el que se basa esta gira, El madrileño, tenga solo un año (se publicó en febrero de 2021) ya que son canciones con hechuras de clásicos: Tú me dejaste de querer, Comerte entera, Los tontos, Demasiadas mujeres… Este cronista no había visto unos pasillos del WiZink Center tan vacíos mientras se celebraba un concierto. Nadie en los bares, pocos en los aseos. Todo el mundo atento a lo que ocurría en un escenario por donde pasaban muchas cosas y los huéspedes disfrutaban de los manjares de Pucho.
Editor de la Revista Eventos En Red impresa y digital, con más de 15 años en circulación, nos caracteriza la multiculturalidad.