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Tres veces se ha cortado mi perra las almohadillas. Cortes con cristales de botellas que obligaron a llevarla en brazos y sangrando al veterinario, para que cosiera de urgencias los cortes. Y luego vinieron días, en algún caso semanas, curando los puntos, evitando que se los arrancara y crease una herida aún peor y más lenta de sanar. Troya siempre tuvo una flexibilidad y un ingenio asombrosos para defenestrarse los puntos de sutura.
Dos de esos cortes se produjeron por restos de botellones adolescentes. En el tercero la cosa fue, a mi parecer, más sangrante. Ese corte vino porque todos los años, en el Cerro de los Ángeles de Getafe, se celebra un rocío que deja aquel pinar hecho unos zorros. Y ahí no son chavales, ahí son asociaciones rocieras y simpatizantes de todas las edades que bien podrían organizarse para recoger su mierda igual que se organizan para preparar sus festejos a su Blanca Paloma.
Ellos y todos (porque no es un problema generado solo por los jóvenes, sino por incívicos de todas las edades) deberían retirar lo que ensucian, que no me cabe en la cabeza que sea tan difícil meter los restos de la fiesta en una bolsa y acercarla hasta algún contenedor. Pero es que hay veces que parece que se lo han pasado bien a costa de romper vidrios en plan vaqueros del viejo oeste practicando su puntería y dejar los peligrosos restos afilados por el suelo.
Peligrosos para los perros, que van ‘descalzos’ y experimentan cortes con demasiada frecuencia. Peligrosos también para otros seres humanos y el medio ambiente.
Por eso la universidad Complutense ha iniciado este mismo martes una campaña para proteger a los perros guía de las consecuencias del botellón en el campus, porque cuando el dueño no ve y el perro es el piloto, los riesgos se multiplican.
“Acondicionarán una zona con cristales, colillas y latas y pedirán a los estudiantes que pisen por encima de los restos. La iniciativa parte de la UCM para sensibilizar al alumnado sobre las consecuencias del botellón y demás acciones que pueden lesionar a los perros y dejar a las personas ciegas sin poder asistir a sus habituales clases en la facultad”, me explican desde la Fundación Once.
Valga esta iniciativa como ejemplo de lo que os contaba y de la necesidad de ampliar ese civismo a todos los lugares y circunstancias. No solo por los perros, que quede claro.
Y me adelanto a los comentarios que puedan llegar: sí, también hay que recoger los excrementos de los perros, también hay zonas que son una vergüenza en ese sentido, ya he contado varias veces en el pasado en este mismo blog que los que no recogen las cacas son unos guarros, que si las estrellas de Hollywood pueden agacharse, ellos también. Lo cortés no quita lo valiente. Y probablemente ese espíritu incívico esté relacionado.

Miguel Rosero, editor de la revista impresa y online Eventos En Red. Profesional de la comunicación y la tecnología.